Barranco: El terremoto de 1940

Barranco ha sufrido cuatro terremotos —en 1940, 1966,1970 y 1974 — pero el peor de todos, para él, fue el primero, ocurrió el 24 de mayo, a las once y treinta y cinco de la mañana.

Desde temprano hubo un sol inusual y el cielo se mostró celeste. Sin embargo, antes del mediodía, cuando nadie presagiaba nada, se sintió un ruido desconocido, bramador, comenzó a temblar la tierra, saltaron las piedras, se agrietaron los muros, surgió una nube de polvo y la gente salió de sus casas, desesperada, sin tener idea alguna de lo que estaba sucediendo. Los perros, por su parte, no hacían sino ladrar.

Los chicos que salíamos del colegio corrimos asustados y enrumbamos a nuestras casas, pero el ruido no cesaba, tampoco cesaba la tierra de temblar, la calle se desempedraba sola, el suelo se agrietaba, las cornisas empezaron a caer. Varias casas, después de crujir y sacudirse, se desplomaron estrepitosamente. La gente, abrazada en el centro de la calle, no sabía qué hacer. Los hombres trataban de poner algún orden, las mujeres lloraban, los niños tenían los ojos muy abiertos, nadie podía estar normalmente de pie.

Por fin se acalló el estruendo y se aquietó la tierra. La nube de polvo estaba más espesa que nunca. Cuando esta aconteció todo era caos y destrucción. Los muros estaban caídos o con rajaduras, los techos escombrados o movidos, los muebles rotos y su contenido regado por el suelo. Incluso la comida que se cocinaba se había volcado con sus ollas y los perros —cesando de ladrar —pugnaban por devorarla caliente.

En algunas casas daban voces y todos corrían a socorrer a un herido o a extinguir un amago de incendio. El agua, a su vez, manaba de las cañerías rotas y anegaba las habitaciones.

Varias mujeres corrían por las calles y a gritos trataban de localizar a sus menores hijos que aún no volvían de la escuela ; cuando éstos aparecían, habían abrazos interminables y lágrimas de emoción.

Barranco estaba deshecho. Aunque muchas casas habían resistido, todas tenían heridas que mostrar. Al pasar por la Av. San Martín advertimos la ruina de la Iglesia de las franciscanas. La torre estaba muy maltratada, y a través del caído muro de la Epístola se descubría el altar mayor con el Santísimo expuesto entre cirios encendidos. Las monjas, con sus velos blancos, estaban postradas en el suelo adorando a la Divina Forma, impetrando al Señor de los Señores.

Los escombros ocupaban las veredas, se tenía que transitar por el centro de las calles, los postes estaban inclinados, los cables rotos o caídos. De vez en cuando cruzaba un grupo de gente conduciendo un herido rumbo a la Asistencia Pública.

En la Av. Grau los tranvías, detenidos desde donde los tomó el sismo, estaban abandonados. Por el contrario, los ómnibuses venían de Lima cargados de pasajeros. Se improvisaron servicios de camiones y se notó un raro tráfico de bicicletas. Hombres y mujeres a pie y portando bultos salvados de sus casas, marchaban donde sus parientes. La Ciudad parecía bombardeada y sus habitantes purgando los estragos de una guerra.

Dos hechos me despertaron en medio de la oscuridad nocturna. Los bomberos con sus cascos y linternas preguntaban en voz alta si había novedad o heridos que atender, y la campanilla de los monaguillos que con farolitos de aceite escoltaban al párroco que traía la comunión de los enfermos. Yo estaba tan cansado que, idos los bomberos de la guardia urbana y el cura con sus acólitos me quedé profundamente dormido.

Memorias de un Historiador

José Antonio del Busto Duthurburu

Fondo Editorial Pontificia Universidad Católica del Perú

Foto : Calle Domeyer y San Martín

Via: F/ Barranco vintage

 

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